lunes, 23 de julio de 2007

Sobre las manchas de humedad en el techo...


"La soledad es una mancha de humedad en el techo..."
Esta frase -escrita por Miguel Iglesias, un MAESTRO con el cual tengo el placer de compartir escenario por 2ndo año consecutivo- se instaló hace algunos días en mi (desde que la oí por primera vez), y allí permanece, zigzagueando en rincones poblados de recuerdos, y haciendo una especie de eco molesto en ciertos recovecos del Alma.
Me abstraigo y pienso en las tantas manchas de humedad que han tenido mis techos, en esa soledad que siempre es la misma, pero usa tantos disfraces...
En el techo de mi aula había una mancha molesta; que me aislaba por momentos de los demás, y me obligaba a sentirme diferente. Una mancha que limitaba mi capacidad de transmitir ciertas cosas, y era una especie de agujero negro por el cual me transportaba a diferentes mundos que anhelaba habitar.
Una mancha ambigua, que en ocasiones me torturaba, dándome esa rara sensación de haber nacido en un tiempo y lugar incorrectos.
La misma mancha que luego me dibujaba alas, permitiéndome habitar una realidad paralela, en la que hallé el valor para reafirmar el sueño que hoy da sentido a mis días.
La más profunda de mis manchas, la que más dolor me causaba, fue esa que no podía dejar de mirar. La del techo de esa pensión fría, donde tanto lloré, tanto extrañé, tanto miedo sentí. Fue una mancha porteña, nostálgica y testigo, no una más de las que habitaron -inmutables- los techos de mis días hasta hoy. ESA MANCHA CAMBIÓ CONMIGO. Un día yo la percibí distinta, y ella me vio hecha MUJER.
Luego hubo una más que recuerdo en detalle, superficialmente diferente, profundamente igual. Se hallaba justo encima de una cama de dos plazas, en la que dormí tantas noches sola, aunque la física jurara que había otro cuerpo compartiendo mi almohada.
Contra esa mancha me rebelé miles de veces... Intenté pintarla, esquivarle la mirada, taparla de algún modo... Pero se había instalado ahí, como sentenciando una condena, resaltando una rajadura en mi esfera de cristal.
Una mañana me fui, creyendo que no la encontraría al volver. Pero no fue precisamente ella la que se marchó en mi ausencia, y al regresar nos vimos en la difícil tarea de aprender a convivir solas las dos.
Por momentos se hizo amiga, otras tantas veces la odié... Para entender con el tiempo, que no me servía de nada ponerme en su contra.
Y noté como teníamos una relación inversamente proporcional (porque además de la mancha en el techo, a veces también miraba el pizarrón del aula): A medida que yo crecía, ella disminuía su tamaño e intensidad.
ESE FUE MI GRAN DESCUBRIMIENTO.
Hoy mi mancha (y el hablar con un sentido de pertenencia, denota cierto cariño por ella) no es tan grande, ni tan dolorosa, ni tan hostil.
Tenemos una relación casi simbiótica, en la cual no sé si soy yo la que la dibuja cada día, o es ella la que traza las líneas de mi existencia.
Nos respetamos mutuamente, y aprendemos la una de la otra.
O por lo menos yo sí aprendo de ella.
Joder! que las manchas no cambian de forma, ni dibujan, ni aprenden...
O si?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Luz... MI luz!(Otra vez pero esta vez apelando al concepto de pertenencia que dejaste en claro en esta entrada...) Entrada que causo mas efecto del esperado porque, vos bien sabes, el problema que mi persona tiene con la, su, nuestra (no se!) soledad!!! "Una mancha de humedad"... Gracias al cielo que por estos lados tambien descubri esa relacion inversamente proporcional... Te sigo extrañando... pero igual seguis brillando! (ESTAS!!!) Besotes!