sábado, 10 de noviembre de 2007

10 de noviembre de 2007... Puff...

Acabo de descubrir todas las cosas que dejé en el borrador de este blog...
Con el propósito firme de no dejar nada en los borradores de mi vida, comienzo a postearlas...
Así como las encuentro...
Esta no está tan mal...

Y si me atreviera a cruzar esa linea, esa extra;a marca que me dibujo horizontal, donde yo estoy tan de este lado, y vos exactamente enfrente, donde vamos juntos pero cada uno sin invadir el espacio del otro, aunque a veces haya que hacer equilibrio para no trastabillar?

Y si un dia me levanto con coraje, o simplemente algo sonambula, y me aparezco en tu costado asi sin mas?

Me mirarias sorprendido, de seguro.

No se que te diria, ni si haria falta alguna palabra. Creo que solo te miraria, te sonreiria algo torpe, casi casi pidiendote perdon...

Quizas pondrias cara de reloj, y me darias uno de tus discursos sobre el tiempo, y todo aquello que debe seguir un orden y esperar un momento preciso.

O tal vez retrocederias despavorido, haciendote cada vez mas diminuto, con cada paso hacia atras, hasta terminar, finalmente por desaparecer con una peque;a implosion.

Es probable que yo misma, al observarte desde una distancia nunca antes perpetuada, considere que estaba mejor en mi aposento, y emprenda mi regreso sin demasiada explicacion.

Pero tambien es posible, como todo, SIEMPRE, que te agarre descuidado, con las defensas bajas y la armadura en el lavarap, que sonrias, me agarres de la mano... E inventemos una nueva senda.

* OjOS de PeRRo AzUL *

Entonces me miró. Yo creía que me miraba por primera vez. Pero luego, cuando dio la vuelta por detrás del velador y yo seguía sintiendo sobre el hombro, a mis espaldas, su resbaladiza y oleosa mirada, comprendí que era yo quien la miraba por primera vez. Encendí un cigarrillo. Tragué el humo áspero y fuerte, antes de hacer girar el asiento, equilibrándolo sobre una de las patas posteriores. Después de eso la vi ahí, como había estado todas las noches, parada junto al velador, mirándome. Durante breves minutos estuvimos haciendo nada más que eso: mirarnos. Yo mirándola desde el asiento, haciendo equilibrio en una de sus patas posteriores. Ella de pie, con una mano larga y quieta sobre el velador, mirándome. Le veía los párpados iluminados como todas las noches. Fue entonces cuando recordé lo de siempre, cuando le dije: «Ojos de perro azul.» Ella me dijo, sin retirar la mano del velador: «Eso. Ya no lo olvidaremos nunca.» Salió de la órbita, suspirando: «Ojos de perro azul. He escrito eso por todas partes.»
Y dijo: «No sientes el frío.» Y yo le dije: «A veces.» Y ella me dijo: «Debes sentirlo ahora.» Y entonces comprendí por qué no había podido estar solo en el asiento. Era el frío lo que me daba la certeza de mi soledad. «Ahora lo siento -dije-. Y es raro, porque la noche está quieta. Tal vez se me ha rodado la sábana.» Ella no respondió.
Guardó silencio un instante. La posición de las manos sobre la llama varió levemente. Yo dije: «A veces, en otros sueños, he creído que no eres sino una estatuilla de bronce en el rincón de algún museo. Tal vez por eso sientes frío.» Y ella dijo: «A veces, cuando me duermo sobre el corazón, siento que el cuerpo se me vuelve hueco y la piel como una lámina. Entonces, cuando la sangre me golpea dentro, es como si alguien me estuviera llamando con los nudillos en el vientre y siento mi propio sonido de cobre en la cama. Es como si fuera así como tú dices: de metal laminado.»
La oí respirar hondo mientras hablaba. Y dijo que durante años no había hecho nada distinto de eso. Su vida estaba dedicada a encontrarme en la realidad, a través de esa frase identificadora: «Ojos de perro azul.» Y en la calle iba diciendo en voz alta, que era una manera de decirle a la única persona que habría podido entenderle: «Yo soy la que llega a tus sueños todas las noches y te dice esto: ojos de perro azul.»
«Yo trato de acordarme todos los días la frase con que debo encontrarte -dije-. Ahora creo que mañana no lo olvidaré. Sin embargo, siempre he dicho lo mismo y siempre he olvidado al despertar cuáles son las palabras con que puedo encontrarte.» Y ella dijo: «Tú mismo las inventaste desde el primer día.» Y yo le dije: «Las inventé porque te vi los ojos de ceniza. Pero nunca las recuerdo a la mañana siguiente.» Y ella, con los puños cerrados junto al velador, respiró hondo: «Si por lo menos pudiera recordar ahora en qué ciudad lo he estado escribiendo». «En alguna ciudad del mundo, en todas las paredes, tienen que estar escritas esas palabras: "Ojos de perro azul" -dije-. Si mañana las recordara iría a buscarte.»
Entonces yo me quedé con la cara contra la pared. «Ya está amaneciendo -dije sin mirarla-. Cuando dieron las dos estaba despierto y de eso hace mucho rato.» Yo me dirigí hacia la puerta. Cuando tenía agarrada la manivela, oí otra vez su voz igual, invariable: «No abras esa puerta -dijo-. El corredor está lleno de sueños difíciles.» Y yo le dije: «¿Cómo lo sabes?» Y ella me dijo: «Porque hace un momento estuve allí y tuve que regresar cuando descubrí que estaba dormida sobre el corazón». Yo tenía la puerta entreabierta. Moví un poco la hoja y un airecillo frío y tenue me trajo un fresco olor a tierra vegetal, a campo húmedo. Ella habló otra vez. Yo di la vuelta, moviendo todavía la hoja montada en goznes silenciosos, y le dije: «Creo que no hay ningún corredor aquí afuera. Siento el olor del campo.» Y ella, un poco lejana ya, me dijo: «Conozco esto más que tú. Lo que pasa es que allá afuera está una mujer soñando con el campo. Es esa mujer que siempre ha deseado tener una casa en el campo y nunca ha podido salir de la ciudad.» Yo recordaba haber visto la mujer en algún sueño anterior, pero sabía, ya con la puerta entreabierta, que dentro de media hora debía bajar al desayuno. Y dije: «De todos modos, tengo que salir de aquí para despertar.» Afuera el viento aleteó un instante, se quedó quieto después y se oyó la respiración de un durmiente que acababa de darse vuelta en la cama. El viento del campo se suspendió. Ya no hubo más olores, «Mañana te reconoceré por eso -dije-. Te reconoceré cuando vea en la calle una mujer que escriba en las paredes: "Ojos de perro azul."» Y ella, con una sonrisa triste -que era ya una sonrisa de entrega a lo imposible, a lo inalcanzable-, dijo: «Sin embargo no recordarás nada durante el día.» Y volvió a poner las manos sobre el velador, con el semblante oscurecido por una niebla amarga: «Eres el único hombre que, al despertar, no recuerda nada de lo que ha soñado.»
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

martes, 6 de noviembre de 2007

CRIMEN Y CASTIGO

" - ¡Con lo que estoy preparando y tener miedo de semejantes pequeñeces! pensó, sonriendo de modo extraño.

- ¡Hum...! Es cierto..., todo está en manos del hombre, y por cobardía deja que todo se le escape; SÓLO POR COBARDÍA... Es axiomático, no hay duda; resulta curioso. ¿Qué es lo que más teme el hombre? Un nuevo paso, una nueva palabra suya, eso es. Pero divago demasiado. He aquí por qué no hago nada; porque divago tanto. Aunque quizá la cosa sea que divago precisamente porque no hago nada. Ha sido durante este último mes cuando he aprendido a divagar de este modo, pasándome días enteros tumbado en un rincón y pensando... en las musarañas..."

Crimen y Castigo; Fedor Dostoievski

sábado, 3 de noviembre de 2007

CREER o REVENTAR...?

No sé a ciencia cierta cuál es la verdadera relación existente entre lo que CREO (de creer) y aquello que CREO (de crear).
Pero a veces, las situaciones - por ridículas, absurdas o rebuscadas- despiertan en mi sospechas sobre su verdadero origen.
¿Me confiere esa posibilidad algún grado de culpa?
Tal vez sí. En caso de que se trate de la materialización de mis pensamientos. Que hayan escapado de algún sueño. Que sean una especie de resultado programado por una parte desconocida (desconocida y jodida) de mi materia gris.

Entonces soy culpable.
Culpable y no sólo protagonista. También autora.
Y ahí no hay déjà vues de déjà vues, instintos taurinos, ni generalidades de sexo a quien culpar.
Pecaría de hipócrita y cobarde al buscar chivos expiatorios.

Habrá que hacerse cargo, pues.
Y tragar la bronca.
Programar "tiempos mejores", renovar energías y... ¿Armar valijas?
Esa es la Reina Madre de las preguntas, la duda que rebota en cada pared, la que hace eco en los rincones molestos y queda latente en cada fibra...
La disyuntiva me mantiene en el borde del abismo, tambaleándome, jugando con el vértigo, pero sin animarme todavía a saltar.
Y cuando creo que es el momento, milésimas de segundos antes de cerrar los ojos para no ver NADA QUE PUEDA RETENERME... Encuentro una luz... Un pequeño destello curioso que me llama, me atrae, me confunde.
Me relajo...Dejo esta vez que me consientan un poco.

Aunque se adivine en mis ojos ese vestigio de tristeza... Esa nostalgia de un cuerpo que planea un viaje, y esa ausencia de un Alma que se fue hace tiempo...