sábado, 10 de noviembre de 2007

* OjOS de PeRRo AzUL *

Entonces me miró. Yo creía que me miraba por primera vez. Pero luego, cuando dio la vuelta por detrás del velador y yo seguía sintiendo sobre el hombro, a mis espaldas, su resbaladiza y oleosa mirada, comprendí que era yo quien la miraba por primera vez. Encendí un cigarrillo. Tragué el humo áspero y fuerte, antes de hacer girar el asiento, equilibrándolo sobre una de las patas posteriores. Después de eso la vi ahí, como había estado todas las noches, parada junto al velador, mirándome. Durante breves minutos estuvimos haciendo nada más que eso: mirarnos. Yo mirándola desde el asiento, haciendo equilibrio en una de sus patas posteriores. Ella de pie, con una mano larga y quieta sobre el velador, mirándome. Le veía los párpados iluminados como todas las noches. Fue entonces cuando recordé lo de siempre, cuando le dije: «Ojos de perro azul.» Ella me dijo, sin retirar la mano del velador: «Eso. Ya no lo olvidaremos nunca.» Salió de la órbita, suspirando: «Ojos de perro azul. He escrito eso por todas partes.»
Y dijo: «No sientes el frío.» Y yo le dije: «A veces.» Y ella me dijo: «Debes sentirlo ahora.» Y entonces comprendí por qué no había podido estar solo en el asiento. Era el frío lo que me daba la certeza de mi soledad. «Ahora lo siento -dije-. Y es raro, porque la noche está quieta. Tal vez se me ha rodado la sábana.» Ella no respondió.
Guardó silencio un instante. La posición de las manos sobre la llama varió levemente. Yo dije: «A veces, en otros sueños, he creído que no eres sino una estatuilla de bronce en el rincón de algún museo. Tal vez por eso sientes frío.» Y ella dijo: «A veces, cuando me duermo sobre el corazón, siento que el cuerpo se me vuelve hueco y la piel como una lámina. Entonces, cuando la sangre me golpea dentro, es como si alguien me estuviera llamando con los nudillos en el vientre y siento mi propio sonido de cobre en la cama. Es como si fuera así como tú dices: de metal laminado.»
La oí respirar hondo mientras hablaba. Y dijo que durante años no había hecho nada distinto de eso. Su vida estaba dedicada a encontrarme en la realidad, a través de esa frase identificadora: «Ojos de perro azul.» Y en la calle iba diciendo en voz alta, que era una manera de decirle a la única persona que habría podido entenderle: «Yo soy la que llega a tus sueños todas las noches y te dice esto: ojos de perro azul.»
«Yo trato de acordarme todos los días la frase con que debo encontrarte -dije-. Ahora creo que mañana no lo olvidaré. Sin embargo, siempre he dicho lo mismo y siempre he olvidado al despertar cuáles son las palabras con que puedo encontrarte.» Y ella dijo: «Tú mismo las inventaste desde el primer día.» Y yo le dije: «Las inventé porque te vi los ojos de ceniza. Pero nunca las recuerdo a la mañana siguiente.» Y ella, con los puños cerrados junto al velador, respiró hondo: «Si por lo menos pudiera recordar ahora en qué ciudad lo he estado escribiendo». «En alguna ciudad del mundo, en todas las paredes, tienen que estar escritas esas palabras: "Ojos de perro azul" -dije-. Si mañana las recordara iría a buscarte.»
Entonces yo me quedé con la cara contra la pared. «Ya está amaneciendo -dije sin mirarla-. Cuando dieron las dos estaba despierto y de eso hace mucho rato.» Yo me dirigí hacia la puerta. Cuando tenía agarrada la manivela, oí otra vez su voz igual, invariable: «No abras esa puerta -dijo-. El corredor está lleno de sueños difíciles.» Y yo le dije: «¿Cómo lo sabes?» Y ella me dijo: «Porque hace un momento estuve allí y tuve que regresar cuando descubrí que estaba dormida sobre el corazón». Yo tenía la puerta entreabierta. Moví un poco la hoja y un airecillo frío y tenue me trajo un fresco olor a tierra vegetal, a campo húmedo. Ella habló otra vez. Yo di la vuelta, moviendo todavía la hoja montada en goznes silenciosos, y le dije: «Creo que no hay ningún corredor aquí afuera. Siento el olor del campo.» Y ella, un poco lejana ya, me dijo: «Conozco esto más que tú. Lo que pasa es que allá afuera está una mujer soñando con el campo. Es esa mujer que siempre ha deseado tener una casa en el campo y nunca ha podido salir de la ciudad.» Yo recordaba haber visto la mujer en algún sueño anterior, pero sabía, ya con la puerta entreabierta, que dentro de media hora debía bajar al desayuno. Y dije: «De todos modos, tengo que salir de aquí para despertar.» Afuera el viento aleteó un instante, se quedó quieto después y se oyó la respiración de un durmiente que acababa de darse vuelta en la cama. El viento del campo se suspendió. Ya no hubo más olores, «Mañana te reconoceré por eso -dije-. Te reconoceré cuando vea en la calle una mujer que escriba en las paredes: "Ojos de perro azul."» Y ella, con una sonrisa triste -que era ya una sonrisa de entrega a lo imposible, a lo inalcanzable-, dijo: «Sin embargo no recordarás nada durante el día.» Y volvió a poner las manos sobre el velador, con el semblante oscurecido por una niebla amarga: «Eres el único hombre que, al despertar, no recuerda nada de lo que ha soñado.»
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Seria casi un milagro poder soñarse mutuamente,por miedo al vacio,sos esclava a tus creencias...¿Que comprobas al despertar?

Anónimo dijo...

campanita... volve a escribir que se te extraña. Por donde andas?