martes, 6 de noviembre de 2007

CRIMEN Y CASTIGO

" - ¡Con lo que estoy preparando y tener miedo de semejantes pequeñeces! pensó, sonriendo de modo extraño.

- ¡Hum...! Es cierto..., todo está en manos del hombre, y por cobardía deja que todo se le escape; SÓLO POR COBARDÍA... Es axiomático, no hay duda; resulta curioso. ¿Qué es lo que más teme el hombre? Un nuevo paso, una nueva palabra suya, eso es. Pero divago demasiado. He aquí por qué no hago nada; porque divago tanto. Aunque quizá la cosa sea que divago precisamente porque no hago nada. Ha sido durante este último mes cuando he aprendido a divagar de este modo, pasándome días enteros tumbado en un rincón y pensando... en las musarañas..."

Crimen y Castigo; Fedor Dostoievski

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"El hombre es un agobio avido de llegar de un salto, de un salto mortal, a la meta; un pobre agobio ignorante que ya no quiere ni siquiera querer, ha creado todos los dioses y los trasmundos".

(Asi hablaba Zaratustra, Nietzsche)

Anónimo dijo...

La gente que no habla guarda un su mirada una agudeza como pocas. Desde un lugar gigantesco parecen escrutarlo todo con tanta autoridad que hasta inspira soberanía, que inspira silencio popular, vacilación repentina, abnegación acuciante y cierta retracción obsecuente que raya lo impropio. Y gente, como uno, termina preguntándose cómo es posible que pueda inspirar todo eso una persona que no pronuncia siquiera una palabra. Mi tío, Gilberto Cassumano, tenía una respuesta, para esto y muchísimas otras cosas. Él decía que nuestro inconciente particular (para diferenciarlo del colectivo, del cual mi tío también sabía pilones) reacciona mecánicamente frente a los "blancos" o las cosas desprovistas de matices y contrastes evidentes. Y explicaba que nuestras subjetividades, nuestra escueta y particular forma de comprender el mundo, se depositaban sobre el hombre silencioso, impregnando nuestra composición perceptiva de fragmentos ionizados y rótulos pretenciosos. Sustanciales, como todo, pero no necesariamente reales, como todo. Muchas veces, contaba el tío Gilberto, sucedía que nos encontrábamos frente a un idiota que realmente no tenía nada para decir, y por eso decía nada. Terminábamos convencidos de tener frente a nuestros ojos una especie de deidad anacrónica, que culminaba su show de nada sentenciándonos sin haber pronunciado su juicio. Meras trampas de la mente, no existe un espejo que refleje el alma. Todas las fuentes son apócrifas si quien consulta no es quién emite, suscribe y dictamina al mismo tiempo que compone. Segundos después, ya ni el creador es idóneo para desentrañar la esencia de una idea. Así decía Gilberto con arrogancia, mientras dejaba traslucir su soberbia en un rictus sarcástico. Y la mirada pedida en un puntito del naranjo bajo el cual solía contarme sus historias. Historias pálidas, de verano a la sombra, con torta frita y mate cocido.